29/4/12

Romance de la condesita. Anónimo.

Grandes guerras se publican  
en la tierra y en el mar,  
y al conde Flores le nombran  
por capitán general.  
Lloraba la condesita,  
no se puede consolar;  
acaban de ser casados,  
y se tienen que apartar:  
—¿Cuántos días, cuántos meses,  
piensas estar por allá?  
—Deja los meses, condesa,  
por años debes contar;  
si a los tres años no vuelvo,  
viuda te puedes llamar. 
Pasan los tres y los cuatro,  
nuevas del conde no hay;  
ojos de la condesita  
no cesaban de llorar. 
Un día estando a la mesa,  
su padre le empieza a hablar:  
—Cartas del conde no llegan,  
nueva vida tomarás;  
condes y duques te piden,  
te debes, hija, casar.  
—Carta en mi corazón tengo  
que don Flores vivo está.  
No lo quiera Dios del cielo  
que yo me vuelva a casar.  
Dame licencia, mi padre,  
para ir el Conde a buscar.  
—La licencia tienes, hija,  
mi bendición además. 

Se retiró a su aposento  
llora que te llorarás;  
se quitó medias de seda,  
de lana las fue a calzar;  
dejó zapatos de raso,  
los puso de cordobán;  
un brial de seda verde,  
que valía una ciudad,  
y encima del brial puso  
un hábito de sayal;  
esportilla de romera  
sobre el hombro se echó atrás; 
cogió el bordón en la mano,  
y se fue a peregrinar.

Anduvo siete reinados, 
morería y cristiandad; 
anduvo por mar y tierra, 
no pudo al conde encontrar; 
que ya no puede andar más. 
Subió a un puerto, miró al valle, 
un castillo vio asomar: 
—Si aquel castillo es de moros, 
allí me cautivarán; 
mas si es de buenos cristianos, 
ellos me han de remediar. 
Y bajando unos pinares, 
gran vacada fue a encontrar: 
—Vaquerito, vaquerito, 
te quería preguntar 
¿de quién llevas tantas vacas 
todas de un hierro y señal? 
—Del conde Flores, romera, 
que en aquel castillo está. 
—Vaquerito, vaquerito, 
más te quiero preguntar 
del conde Flores tu amo, 
¿cómo vive por acá? 
—De la guerra llegó rico; 
mañana se va a casar, 
ya están muertas las gallinas 
y están amasando el pan, 
muchas gentes convidadas,  
de lejos llegando van. 
—Vaquerito, vaquerito, 
por la Santa Trinidad, 
por el camino más corto 
me has de encaminar allá.

Jornada de todo un día, 
en medio la hubo de andar; 
llegada frente al castillo, 
con don Flores fue a encontrar, 
y arriba vio estar la novia 
en un alto ventanal.

—Dame limosna, buen conde, 
por Dios y su caridad. 
—¡Oh, qué ojos de romera 
en mi vida lo vi tal! 
—Sí los habrás visto, conde, 
si en Sevilla estado has. 
—La romera ¿es de Sevilla? 
¿Qué se cuenta por allá? 
—Del conde Flores, señor, 
poco bien y mucho mal. 
Echó la mano al bolsillo, 
un real de plata la da. 
—Para tan grande señor, 
poca limosna es un real. 
—Pues pida la romerica, 
que lo que pida tendrá. 
—Yo pido ese anillo de oro 
que en tu dedo chico está. 
Abrióse de arriba abajo 
el hábito de sayal: 
—¿No me conoces, buen conde? 
Mira si conocerás 
el brial de seda verde 
que me diste al desposar. 
Al mirarla en aquel traje 
cayóse el conde hacia atrás. 
Ni con agua ni con vino 
no lo pueden recordar, 
si no con palabras dulces 
que la romera le da. 
La novia bajó llorando 
al ver al conde mortal; 
y abrazado a la romera 
se lo ha venido a encontrar. 
—Malas mañas sacas, conde, 
no las podrás olvidar; 
que en viendo una buena moza, 
luego la vas a abrazar. 
Mal haya, la romerica 
quién te trajo para acá. 
—No la maldiga ninguno 
que es mi mujer natural. 
Con ella vuelvo a mi tierra; 
adiós, señores, quedad; 
quédese con Dios la novia, 
vestidica y sin casar 
que los amores primeros 
son muy malos de olvidar.